Martín está sumamente concentrado. Sus ojos profundos miran hacia arriba y van perdiendo la calma. Enfrente de Martín está Gonzalo, al que se lo percibe preocupado y bastante serio. También mira hacia arriba. Al cabo de unos segundos, a estos dos amigos de 12 años, se les suman más amigos, Joaquín, Alejandro y Leonel. Ahora todos miran hacia arriba.
Cada uno de estos chicos propone una táctica distinta. Cada uno trata de encontrar una solución. Es que el principal objeto de su felicidad está lejos de ellos. En las alturas. Solitario. Se mantiene aprisionado. Un poco antes del cielo y del sol.
A medida que transcurren los minutos los pequeños traviesos se impacientan y se ponen nerviosos. En sus caritas inocentes se denota frustración, tal vez tristeza. Ellos no quieren perder más tiempo. No ven la hora de seguir disfrutando juntos. No ven la hora de seguir compartiendo ese objeto de felicidad, que ya parece inalcanzable.
Treinta minutos han pasado desde que se produjo la pérdida. Treinta minutos han pasado desde que estos chicos dejaron de soñar. De todas formas, a pesar del panorama, bastante desalentador por cierto, Martín y compañía no dejan de mirar hacia arriba.
Ya no quedan esperanzas. Ya es imposible recuperar la ilusión. Esta barra de amigos, sincera y para siempre, comienza a rendirse ante la dificultad que les impide continuar con apenas un puñado de alegres y despreocupados minutos...
Pero de repente un señor mayor, con unos cuantos años y centímetros más que aquellos niños, aparece como un salvador y recupera el objeto de felicidad, ese que costó tanto tenerlo de nuevo. Ese objeto de felicidad es una pelota de fútbol, que se había apretujado entre las ramas de un árbol. Este señor se ayuda con su bastón y baja del cielo la número cinco.
Los pequeños no saben cómo agradecerle al salvador. Vuelven a sonreir alocadamente y lo invitan a presenciar el resto del partido que habían iniciado alrededor de 45 minutos atrás. El señor acepta.
El verde césped de la plaza los espera. Ellos van corriendo hacia el campo de juego para empezar otra vez y seguir el picadito. El señor ya se empieza a deleitar con el buen juego.
La emoción que vivieron estos chicos cuando recuperaron la pelota es maravillosa. Estaban exaltados. Por sus cuerpos sintieron una adrenalina inmensa, sorprendente, intrigante. Sus corazoncitos latían más rápido y fuerte.
Los ojos de Martín siguen siendo profundos y ahora están más calmos que nunca. Al igual que los de sus compañeros, ya no miran hacia arriba.
Los amigos juegan y juegan. No paran de correr. No se cansan. Siguen y siguen. Pases, gambetas y abrazos de gol. El señor, de unos 70 años, aplaude cada jugada. Ellos acaban de vivir una situación inolvidable: la de recuperar la pelota, la de volver a soñar, la de jugar nuevamente cuando parecía que todo estaba perdido.
Ellos, de alguna manera, pasaron de la frustración a la gloria. Acaban de experimentar una sensación hermosa. Definitivamente hermosa.
Por Pablo Medina
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