viernes, 29 de junio de 2007

¿Por qué un hincha quiere ser barra brava?

Este gran dilema se puede analizar de diferentes puntos de vista e involucra cuestiones como distintos niveles de educación, mitos, costumbres, situaciones socioeconómicas, entre otras.

Uno es, como describió el periodista Juan Pablo Varsky: “los hinchas reflejan su lado marginal en un partido de fútbol”. Esto significa que las personas que concurren a los estadios se visten de la peor forma posible, principalmente si van a la popular; insultan, agraden verbalmente al rival, árbitros e inclusive al equipo del club de sus amores. En algunas oportunidades se enfrentan a golpes con otras barras en las cuales pelean por el “honor”, mantener su nombre en “lo más alto” y creer que son los “mejores”.

Para Carlos Bianchi, “el fútbol es la imagen de la sociedad”, individuos que se sienten aislados de la sociedad se agrupan a las hinchadas para sentirse identificados con algún grupo y creer que “hacen algo” y “son alguien” en sus vidas.

Otro punto de vista es que la barra tiene poder dentro del club, pues posee beneficios a la hora de conseguir entradas para ver a su equipo en condición de visitante, cobra primas por transferencia de jugadores. Un claro ejemplo es el de Andrés Pillín Bracamonte, jefe de la hinchada “Los Pillines” del Club Atlético Rosario Central que interviene en las reuniones de Comisión Directiva, participa de las concentraciones junto al plantel y obtiene un porcentaje de las ventas de los jugadores de las inferiores.

Otros opinan que les gustaría ser parte de este negocio porque ven en ellos “el color de los tablones, el folclore del fútbol y el aguante”, así opina Adrián, integrante de “La Pandilla de Liniers” barra de Vélez.

En conclusión, la gente que posee bajos recursos económicos, dificultades personales, desempleo, encuentra, formando parte de estas agrupaciones, una forma de exteriorizar sus problemas y sentirse importantes en algún lugar del mundo, y los cabecillas de estos viven esta “profesión” como un modo de ganar dinero.

Por Guillermo Lera

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