La verdad es que no tengo palabras para describir mis sentimientos luego de la muerte de Emanuel Alvarez, el hincha de Vélez de 21 años que mataron de un balazo en plena Ciudad de Buenos Aires, antes del partido entre San Lorenzo y el Fortín, por la sexta fecha del torneo Clausura. ¿Siento impotencia? Puede ser. ¿Me agobia la tristeza? Seguramente. ¿Tengo bronca? También.
A los lectores les cuento que no hace mucho tiempo me encargaba de cubrir, a través de un programa radial, la actualidad deportiva, cultural e institucional del club de Liniers (les aclaro, por las dudas, que no me identifico con este cuadro). La emisora en la que transmitía las noticias y deslizaba comentarios no contaba con el suficiente presupuesto como para pagarme los viáticos cuando Vélez jugaba en condición de visitante. Y en consecuencia yo me trasladaba a los distintos estadios con los micros, que partían y aún parten desde la Avenida Juan B. Justo, y con la compañía de los hinchas.
¿Qué quiero explicar con ésto? Que el balazo me podría haber impactado a mí o a cualquiera de las personas que estaban a mi lado en alguno de esos viajes, como por ejemplo, al Monumental, a la Bombonera o a Avellaneda, entre otras canchas. Después de lo ocurrido con el pibe Alvarez, terminé de comprender que nadie está exento de los riesgos y de las brutalidades del fútbol actual, una situación completamente terrible y aterradora.
Entonces me pregunto: ¿por qué se continuó disputando el campeonato después de esa tragedia? A usted le pido, por favor, que se ponga tan solo un minuto en la piel de la familia de Alvarez o si no que se imagine que de un momento a otro le quitan a un ser querido para siempre. ¿Le hubiera gustado que la fecha se siguiera jugando como si nada hubiera pasado? ¿Hubiera aliviado su intenso dolor porque en cada partido se realizó un minuto de silencio?
Entiendo que el mundo de la número cinco es hermoso, encantador, mágico y único. La adrenalina que se genera cuando suena el silbato es incomparable. Todo eso es cierto. Al menos para quienes nos fascina este deporte. Pero lamentablemente aquí, como en otros tantos casos, un ser humano perdió su vida de manera desgarradora. Los límites se han pasado otra vez y la pasión nuevamente se ha confundido con la estupidez.
Recordemos que la sensación de despertar cada mañana para soñar con un nuevo día, a diferencia del fútbol, no tiene precio.
Por Pablo Medina
No hay comentarios:
Publicar un comentario