jueves, 14 de junio de 2007

Pregunta sin respuesta

Sin decir una palabra, casi sin decirnos nada, sin mirarnos a los ojos. De esa manera se despidió hace 35 minutos Claudia, quien fue hasta entonces mi pareja, y me abandonó para siempre, cansada de mí y de la relación que habíamos formado.

Se vistió, ordenó su ropa, armó las valijas y se fue de nuestra casa, la que habíamos comprado con tanto esfuerzo. No me dio tiempo para hablarle, no me dejó darle alguna explicación. Simplemente partió, con lágrimas en sus mejillas, pero convencida de su decisión.

Salí de inmediato a buscarla, pero no tuve oportunidad de alcanzarla. Justo pasó un taxi, ella lo tomó y desapareció. Al rato intenté llamarla al celular pero no sirvió de nada, nunca me contestó. Ya era demasiado tarde y no había vuelta atrás.

Claudia estaba muy decepcionada de mí porque yo no le podía dedicar el tiempo necesario a nuestra pareja. Hasta ayer, me decía que era un egoísta, que no tenía predisposición para cambiar e incluso que era una persona aburrida (al menos me considera persona). Motivos suficientes por los que hace instantes nomás optó por alejarse de mi vida.

Sus reproches no eran nada erróneos. Al contrario, estaban más que justificados. De mi parte, traté de modificar mi forma de ser, hice todo lo posible, pero veo que no sirvió. Mi corazón ya no quería cumplir más promesas.

Admito que nuestra relación se caracterizaba por ser un poco extraña. Es cierto que no era habitual cenar juntos un sábado a la noche, almorzar en familia un domingo al mediodía o salir despreocupados un viernes cualquiera. Créanme que se me hace enormemente complicado estar disponible los fines de semana.

Lo raro es que ahora no me siento mal por la partida de ella, no estoy triste. Supongo que reacciono así porque me acostumbré a que me ocurran este tipo de problemas.

Las estadísticas no mienten. Esta es la sexta vez que me separo en mis 62 años de vida. Ninguna de las mujeres que estuvo a mi lado pudo entender lo valiosa e importante que es mi profesión. Soy periodista.

Creo que tendré que seguir apegado a mi único amor, que es este oficio, y continuar apasionándome día y noche por leer, escribir, informar y aprender cada día más, como me fascina.

Son las 9.42 de la mañana (ya pasaron dos horas desde que Claudia se fue). Me quedan 18 minutos para salir de casa y dirigirme al diario en el que trabajo. El día ya lo empecé agitado.

Me separé de mi mujer y en segundos terminaré de escribir la primera nota de la jornada.

Generalmente, no siempre, para llegar a cumplir las metas que uno se propone se requiere de mucha responsabilidad y capacidad para poder renunciar a ciertas costumbres y placeres.

De todas formas, habría que preguntarse si después de tantos sacrificios y de haber logrado, por fin, el objetivo anhelado, se alcanza realmente la felicidad. Una cuestión que, por el momento, no me siento en condiciones de responder.


Por Pablo Medina

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenas Buenas! yo creo que la profesión que todos nosotros elegimos tiene, como toda carrera, su parte positiva y su parte negativa. Es hermoso ser periodista, sentirse cerca siempre de las noticias, leer, escribir articulos cuando uno quiere, sentirse capacitado para hacerlo, pensar, comprender, precibir, estudiar e informarse. Pero a pesar de eso, el ser periodista también implica ser persona, necesitar de los afectos para vivir. Necesitar de un amor y de una familia que comprenda la profesión. Por eso, habría que fijarse que cada una de las pautas mencionadas, puedan realizarse, entonces seremos señores/as periodistas con un sueño cumplido. Y con la respuesta contestada.

Besos para todos!

Sol.